COMIDA DE VERANO
Las comidas de verano, por norma general, suelen ser comidas más refrescantes, húmedas, ligeras, y además, contienen un mayor aporte de verduras y frutas. Comer de forma suave ayuda a minimizar el esfuerzo de nuestro sistema digestivo y a sobrellevar mejor el aumento de la temperatura, tanto del exterior como la del mismo cuerpo humano, especialmente durante la digestión en que sube la temperatura de nuestro interior.
Aligerar la cantidad de los alimentos de una toma para evitar precisamente el exceso de calor posterior, le llamamos tener digestiones ligeras y no todo el mundo está acostumbrado a ellas. Hay personas que si no sienten la pesadez final, creen que no han comido suficiente o no se sienten satisfechas. Es a lo que se han acostumbrado mediante los hábitos diarios. Las comidas pesadas pueden ser somnolientas debido a la gran energía necesaria para hacer frente a una digestión. Por eso, antes de viajar es conveniente no comer demasiado ni muy calóricas debido al gran esfuerzo que hace nuestro organismo para llevar a cabo dicha digestión. La kilocaloría (kcal) es una unidad de calor, lo que significa que es la energía que nos da cada tipo de alimento para llevar a cabo todas las funciones: las proteínas e hidratos con 4 kcal/100 g y las grasas con 9 Kcal/100g de alimento. Las verduras, con pocas kcal, es la base fundamental del estío, es menos calórica y mucho más digerible que el resto: la mayor parte es agua, vitaminas, minerales, y casi cantidades imperceptibles de grasa o proteína con algo de hidratos de carbono que les suele dar su dulzor natural.
Este tipo de comida estival también conlleva, para nuestro organismo, una reposición de líquidos y minerales constantes que se van perdiendo debidos a una mayor transpiración corporal. Dicha transpiración es la respuesta física al calor exterior para refrescarse. Beber zumos de frutas es una buena forma de aportar los minerales y vitaminas de forma natural, sin comprar productos elaborados: una limonada, un zumo de melocotón,…
Otro punto a destacar en esta época es que los alimentos se suelen comer fríos y crudos.
Vamos por partes. La temperatura fría de los alimentos y elaboraciones ayuda a apaciguar un poco el calor sofocante del exterior. Pero ¿es realmente bueno para nuestro organismo comer alimentos fríos? Los alimentos fríos no ayudan a una buena digestión, más bien la enlentecen porque el organismo debe calentar la comida para hacer todo el proceso de la digestión. Nuestro cuerpo tiene una temperatura aproximadamente entre 35-37ºC y los alimentos deben ser transformados a esta temperatura justo al iniciar del proceso digestivo. No consumir alimentos calientes puede llegar a provocar estreñimiento. Debemos combinar alimentos fríos y calientes o tomar alguna infusión por la mañana para ayudar a arrastrar el contenido digestivo. Los alimentos de desecho no deberían estar mucho tiempo almacenados ni estar en contacto con nuestras vísceras excesivamente.
Aunque parezca extraño, en países donde el calor es extremo, se consumen alimentos calientes para luchar contra el exceso de temperatura. Es lo mismo que tomar una ducha caliente. Cuando sales a la calle no tienes tanto calor porque no hay el contraste de temperaturas entre el cuerpo y el exterior.
Por otro lado, el comer alimentos en crudo nos permite aprovechar mejor todas las vitaminas hidrosolubles y minerales que no se han destruído por la cocción. Las vitaminas se destruyen básicamente por tres motivos: por la excesiva cocción, por dejarla en remojo cortada o por la cantidad de tiempo transcurrido desde que es cortada de la planta. Comer con más vitaminas depende de nosotros y de nuestros conocimientos. El almacenamiento de las frutas y verduras en casa, aunque sea en nevera, va disminuyendo con el paso de los días. Por eso es imprescindible consumir los alimentos lo más rápido posible desde su compra porque tampoco sabemos cuando se arrancó del suelo, ni de un árbol ni cuánto tiempo hace que está en la tienda donde hicimos la compra. En resumen, cada día que pasa disminuye un 5% su cantidad en nutrientes.
En esta época del año, en la que aumenta el consumo de frutas y verduras, debemos aprovechar a hacer un poco de limpieza en nuestro sistema digestivo. Dedicar una cena o varias cenas a consumir sólo fruta ayudará a nuestro cuerpo a depurarlo, a desinflamarlo y sobre todo a nutrirlo de vitaminas, que es la función de la comida en verano. También supone un descanso para nuestro interior que se traduce en una bajada de peso y un aumento de la energía.
Todos hemos oído hablar sobre curas de cerezas o limpiezas de piña. La finalidad de estas depuraciones es la de hacerle un “reset” a nuestro cuerpo aprovechando que nuestro organismo no necesita tanta energía. En invierno las cosas cambian, el cuerpo debe subir su temperatura para luchar contra las temperaturas exteriores frías. A más frío, más energía. Y se necesita la energía que proviene de los alimentos, tanto en cantidad como en calidad, con alimentos más contundentes y calóricos.
Y cuando se viene de una época de frío hay que “limpiar todas las tuberías” para hacerlas más fluidas y de esto se encargan los alimentos veraniegos. Si nos fijamos en los alimentos de verano, los que nos brinda esta época de calor, son básicamente alimentos llenos de agua repleta de vitaminas: tomate, pepinos, cebollas tiernas, sandía, melón,… Las podemos tomar en forma de zumos, ensaladas, ensaladas líquidas, entrantes, postres, y todo lo que se pueda recurrir.
LAS ENSALADAS
El plato estrella del verano es sin duda la ensalada. Según la RAE la ensalada es un nombre femenino y se define como “Hortaliza o conjunto de hortalizas mezcladas, cortadas en trozos y aderezadas con sal, aceite, vinagre y otros ingredientes”. En definitiva, es una elaboración de alimentos crudos aliñados. Un alimento crudo contiene su máxima expresión en vitaminas y minerales y están considerados como los más saludables.
En estos últimos años las ensaladas han evolucionado espectacularmente en todos los sentidos: tipos de elementos, contraste de temperaturas, diferentes texturas en un mismo plato, decoraciones,… También se puede hablar de clasificaciones aunque en general existen las ensaladas sólidas y las líquidas, las clásicas como la Waldorf, los tártars, los carpaccios, las exóticas, las tradicionales, y podríamos continuar porque la lista es interminable.
Y qué decir de los aliños! Los hay de todo tipo de mezclas y sabores. Y al igual que las ensaladas, la lista no se acaba. Las vinagretas son diferentes en cada país. Existe una clasificación o denominación en la que varía según el tipo de aceite o ácido usado, por ejemplo la francesa lleva mostaza para ligar. Por lo que, es conveniente tener en nuestra cocina varios tipos de vinagres o aceites para crear ensaladas diferentes a partir de su aliño. Por ejemplo, a una ensalada de verano se le pueden añadir frutas y para su aliño es preferible un vinagre aromático y frutal como el vinagre de manzana. Si las frutas son ácidas, prueba añadir un toque de vinagre balsámico que es dulzón y a un gazpacho un vinagre de vino tradicional mezclado con un toque de vinagre de jerez. Como se puede ver, jugar con los ingredientes puede significar un antes y un después en la elaboración propia de ensaladas.
Si te gusta variar y crear una ensalada con diferentes texturas y sabores puedes usar como referencia esta lista para tener en cuenta y abrir el abanico de posibilidades en tu plato:
- Hojas frescas de diferentes ensaladas
- Dulce: zanahoria, frutas, fruta seca,
- Crujientes: frutos secos, semillas, pan frito
- Ácido: frutas como frambuesa, vinagreta de limón,
- Cremoso: quesos, aguacate, hummus,
- Salsa o vinagreta
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